La Inteligencia Emocional tiene cinco habilidades prácticas.
Estas cinco habilidades prácticas son útiles para cuatro áreas
fundamentales de nuestra vida:
1) Propenden a
nuestro bienestar psicológico, base para el desarrollo armónico
y equilibrado de nuestra personalidad.
2) Contribuyen
a nuestra buena salud física, moderando o eliminando patrones
y/o hábitos psicosomáticos dañinos o destructivos, y previniendo
enfermedades producidas por desequilibrios emocionales permanentes
(angustia, miedo, ansiedad, ira, irritabilidad, etc.).
3)
Favorecen nuestro entusiasmo y motivación. Motivación y emoción
tienen la misma raíz latina (motere), que significa moverse
(acercarse hacia lo agradable o alejarse de lo desagradable). Gran
parte de nuestra motivación en distintas áreas de la vida está basada
en estímulos emocionales.
4) Permiten un mejor desarrollo de nuestras relaciones con las personas, en el
área familiar-afectiva, social y laboral-profesional. En este último
plano, la Inteligencia Emocional significa llevar a un nivel óptimo la
relación entre las personas: determina qué tipo de relación
mantendremos con nuestros subordinados (liderazgo), con nuestros
superiores (adaptabilidad) o con nuestros pares (trabajo en equipo).
Las emociones determinan cómo respondemos, nos comunicamos, nos
comportamos y funcionamos en el trabajo y/o la empresa.